jueves, 20 de junio de 2019

velar.



Voy a hacerte caso. Voy a quitar de mi vida lo superfluo de vos. Cierro los ojos, inspiro, empiezo: te dibujo, te dibujo entero detrás de mis párpados y con un cuchillo imaginario, empiezo. Arranco la hermosa superficie de tu piel a gajos. Corto en pedazos cada uno de tus órganos, todos. Vuelvo de cristal translúcido tu corazón, la garganta, los dedos, tus huevos, tu mente. Abro la vasija que tengo preparada, una vasija color ámbar también transparente hecha con mis manos. Los aplasto con un mortero de piedra milenaria cantando una canción también antigua. Surge un polvo dorado, brillante en sí mismo. Sigo ejerciendo mi poder pulverizador. Obtengo la mezcla homogénea, la revuelvo. La pruebo: sabe a miel. Una miel que ya conozco tibia, espesa, blanquecina. Busco en los libros de alquimia y enciendo el fuego indicado. Pongo la vasija, sigo dando vueltas con una cuchara tallada en la piedra de la primera caverna cuando la cáscara de la Tierra aún estaba tibia. Ya no hace falta revolver. Mientras sigue el proceso esencial reúno aquello que te arranqué y lo guardo en un cofre indestructible, marmolado, envuelto en una mortaja de seda finísima, roja, por supuesto. Siete días con sus siete noches atizaré el fuego, lo mantendré vivo, esperé con los ojos bien abiertos, atenta cada una de todas esas horas. Veré cómo el color inicial de las galaxias, la forma en que ciertas tonalidades engamadas se despliegan en un arco iris indecible.Veré volutas internas, acaracoladas. Veré la calidad del sonido, su temblor. La canción de tu esencia: el sonido volviéndose materia colorida, una mezcla temblorosa, un latido potente. Lo saco del fuego, ahíta de milagro.

Y antes del enfriamiento
veré tu esencia
transmutar
hasta elevarse,
desaparecer en una escala
bella
indefinible
púrpura.

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