Voy a hacerte
caso. Voy a quitar
de mi vida lo superfluo de vos. Cierro los
ojos, inspiro, empiezo: te dibujo, te
dibujo entero detrás de mis
párpados y con un
cuchillo imaginario, empiezo. Arranco la
hermosa superficie de tu piel a gajos. Corto en
pedazos cada uno de tus órganos, todos. Vuelvo de
cristal translúcido tu corazón, la garganta, los dedos, tus huevos, tu mente. Abro la
vasija que tengo preparada, una vasija color ámbar también transparente hecha con mis
manos. Los aplasto
con un mortero de piedra milenaria cantando una
canción también antigua. Surge un
polvo dorado, brillante en sí mismo. Sigo ejerciendo
mi poder pulverizador. Obtengo la
mezcla homogénea, la revuelvo.
La pruebo: sabe a miel.
Una miel que ya conozco tibia,
espesa, blanquecina. Busco en los
libros de alquimia y enciendo el fuego
indicado. Pongo la
vasija, sigo dando vueltas con una cuchara tallada en la
piedra de la primera caverna cuando la
cáscara de la Tierra aún estaba tibia. Ya no hace
falta revolver. Mientras sigue
el proceso esencial reúno aquello que te arranqué y lo guardo
en un cofre indestructible, marmolado, envuelto en
una mortaja de seda finísima, roja, por supuesto. Siete días
con sus siete noches atizaré el
fuego, lo mantendré vivo, esperé con
los ojos bien abiertos, atenta cada una de todas esas
horas. Veré cómo el color
inicial de las galaxias, la forma en
que ciertas tonalidades engamadas se despliegan
en un arco iris indecible.Veré volutas
internas, acaracoladas. Veré la
calidad del sonido, su temblor. La canción de
tu esencia: el sonido volviéndose materia colorida, una mezcla
temblorosa, un latido potente. Lo saco del
fuego, ahíta de milagro.
Y antes del
enfriamiento
veré tu
esencia
transmutar
hasta
elevarse,
desaparecer
en una escala
bella
indefinible
púrpura.
púrpura.
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