jueves, 6 de junio de 2019

amor



No debería confundirse al amor 
con la descomunal energía que se despliega 
entre dos seres con voluntad de apareamiento. 
Nos rondamos como bestias, enloquecemos, 
creemos que ese derrame de luz está investido de una categoría sagrada. 
La belleza sostiene un cuestionable deseo de perpetuación
frágil, milagrosa: pocas veces hay amor en eso. 
La sexualidad, burbuja del alma humana, 
tiene un lente cóncavo distorsionante de magnitudes
tembloroso como la aguja del sismógrafo. 
Pocas, muy pocas veces, el encuentro entre dos personas
con intensa sexualidad muta en sentimientos profundos, comulgantes, elevados. 
El amor germina cuando, luego de la efervescencia del coito
esas dos personas se descubren en un lazo de recíproca aceptación.
Una amiga afirmaba: sólo hay dos formas del amor 
rotundas, inamovibles, inclaudicables, 
el amor a las ideas, el amor a los hijos/ entendidos 
como aquello que arrancado amputa al ser de su propia condición. 
Nada del amor puede cambiarse. 
Tiene una ruta de ida, 
no retributivo, orgulloso, trágicamente constante, 
comparable a la necesidad del oxígeno, el líquido y la subsistencia primordial. 
El resto obedece apenas a desórdenes transitorios de la química, 
necesidades secundarias, épicas, épocas personales. 
Estuve de acuerdo y lo olvidé, 
hasta que me castigaron por eso. 

A veces se superponen sentimientos. 
Se ve el propio reflejo y se produce un espejismo fugaz, torpe, esperanzador. 
Surge la ilusión de que exista alguna otra posibilidad. 
Por épocas parece que alguien puede amarte con todo lo que sos: 
sólo se trata de un paréntesis.
El amor sucede todo el tiempo
como la voluntad de escribir de Paterson: 
una suave música de fondo, inaudible para el oído de quien no la comparte. 
Está siempre pensando en escribir un poema: 
todo, más o menos, va a parar ahí
No hay nadie que pueda detenerlo. 
Lo que pasa es la gris monotonía que sólo se tolera porque sentís amor.
Si ese patrimonio, la existencia de ese vector, no es amado también por quien se acerca, 
vuelven las habituales notas discordantes de la vida.
No hay posibilidades, no te engañes. 
Aquello que te da forma y sentido, 
al mismo tiempo te aísla. 
Los golpes sufridos, los peores errores cometidos, 
fueron los de aceptar la cercanía de quien desprecia el amor a las ideas o a los hijos. 
Fabrico mi cueva, entonces, 
con el destino en mis manos, mi amor en crecida, 
arañada por mi propia ingenuidad que debe envejecer con urgencia. 
Piensa en escribir: cada sonido de la calle, 
el recuerdo que se instala, la observación sencilla de los objetos cotidianos, 
una emoción, el abrazo del cuerpo amado. 
Cada una de las pequeñas perlas del collar de su vida 
padecen esa transformación, motivo de ser-poemas. 
Este héroe sólo piensa en poemar, poner hermosura de palabra
a ciertos gestos, señuelos luminosos. 
Vuelca el tejido entre su alma y lo que ve en un cuaderno que atesora. 
Un día, el perro mastica su cuaderno.
Él se queda quieto, sin parpadear: en blanco. 
No queda rastro de ningún poema suyo. 
Días después alguien, quizás la metáfora del arcángel guardián
le extiende otro cuaderno. 
Entonces su alma vuelve al silencio contemplativo, 
a eso que él es, a eso único que es, un hombre que ama escribir, 
como los meandros que dan curso al arroyo, 
la caída de agua que se despliega ante sus ojos algunas tardes.
El amor busca hacerse como la poesía que escribe Paterson en sus cuadernos. 
Se abre paso anónimo y frugal. 
Por momentos, como pasa con el devenir entre los días y las noches, 
el derrotero de los astros o las catástrofes climáticas, 
algo pareció interrumpir mi destino con ventarrones luminosos, rutilantes. 
Pero los naufragios me llevan cada vez más hondo, 
cerca de la muerte, hacen temblar el fiel de la balanza. 
El temporal me vuelve a mi lugar, cada vez más derrotada y sabia. 
Lo único que sé es que quien ama no puede dejar de hacerlo 
y acepta, profundamente, al otro. 
Como aquel poeta que no puede detener el fluir
de su búsqueda de poner en palabras lo bello: 
porque cuando aparece, no puede dejar de hacerse.  
Soy quien tensa ese arco ineludible. 
En el reparto de dones y el azar celular, 
me tocó estar intrínsecamente afinada con ese destino. 
No fui amada por eso, no me tocó recibir otra posibilidad. 
No nací para ser amada. 
Acepto esta sentencia bajo la lupa honesta de estas horas.
Eso me dijeron; lo acepto sin parpadear ante el espejo 
del final.

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