La música romántica acustiza el salón del supermercado:
desconocidos estribillos de Maná o Shakira.
Camino despacio, arrastro
mi carro vacío.
Tengo mil para gastar,
lo que necesito comprar valdría ocho o nueve.
La angustia proletaria es la verdadera
música de fondo de mi alma.
El parlante expulsa frases musicalizadas
denotando mentiras amorosas
mujeres traicioneras y hermosas noches
perdidas en el consabido frasco común del pasado.
Maldigo la oferta de fideos del sábado, debería haber
venido,
no pude, estaba cansada de limpiar, dormí una siesta.
Ahora un varón con tonalidad de castrati
aúlla el amor
que tiene,
sorprende a los tímpanos
esa alegría licuada, hipócrita
- cuántas veces estuve falsamente eufórica
en las excesivas épocas de galanteo.
El romanticismo es
una pátina venenosa de aluminio
evita la descomposición humana
mientras nos morimos
por dentro.
Lo romántico tiene recetas eficaces:
abarca las íntegras zonas del mal
te enseña que nada es sin dolor,
por el contrario recomienda
la ética del sufrimiento y el abandono:
si no duele el amor, no existe,
y mientras pensás
en la excesiva cantidad de veces
que te desilusionaste con un hombre,
si alguno te pegó o tiró agua hirviendo
la cajera te avisa
que tu tarjeta tiene fondos insuficientes.
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