“Nuestros altares y
nuestros hogares sagrados están todos repletos
con los pedazos
que las aves de
presa y los perros han arrancado
al cadáver del desgraciado hijo de Edipo”
(Antígona)
Matar al amor
de muerte violenta
dejarlo pudrirse
el aire
tal como cayó
sobre la quieta playa de la guerra.
De pronto
estaba todo ese cuerpo vivo.
Sacarle la
existencia
exponerlo
a modo de
castigo.
(Imposible inventario:
los jirones del amor
porciones inauditas
desparramadas
sobre los
altares cotidianos plagados de detalles:
la sonrisa
el café
la yerba en
su yerbera
los domingos
cada día, todos los otros días
conversar
escribir
callar
ver
oír
evitar pensar
en todos los otros restos del naufragio:
piel, ojos, saliva, algunos sonidos corporales
el ensamble
las larguísimas
horas del amor).
La perfección
destejida
en miles de hilos.
Los buitres
carroñeros
arrancan,
reparten
ante mis ojos tu silencio tu voz perdiéndose
las manos vacías
huellas lamidas
por el mar, borrándose.
No quedan
rastros del inicio de esta muerte,
sólo hilachas tristes.
Aprendo canciones
/"no podrías evitar lo que siento yo"/
reúno tristes
parcelas de lo que no es
la extensión
incalculable, agigantada
si pudiera
coser hacer hilvanes remiendos
no tengo la
forma del milagro
no tengo el
don de los milagros.
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