Hace mucho
tiempo leí
un cuento en
una revista.
Un difunto en su cajón.
Una sala de sepelios,
sólo la hija
velando ese cajón.
Ella,
sentada, muda
mirando
un rato
largo, larguísimo
/inmóvil es el
tiempo de las noches de velorio
cuando te
quedás a solas con un cadáver.
El cuerpo que
recién muere
de alguien de
tu vida.
Lo mira
buscando
el misterio
de la existencia, de la muerte.
No sabe si
dentro del cuerpo hay algo que vive todavía
la muerte es
invisible, quizás algo en la pesadez de los párpados
la
extrañísima pérdida del color natural
la quietud única
del cuerpo yacente ante tus ojos.
Lo único que
pasa en esa historia:
la hija
prende un cigarrillo,
lo fuma
y cuando lo
está terminando
da una última
pitada, la mejor
y lo apaga en
el brazo del cadáver de su padre.
No puedo
sacarme de encima
la brava maravilla de ese relato
la brava maravilla de ese relato
Qué potente y
oscuro debe ser apagar un cigarrillo
en el cuerpo de un muerto.
Lamento no
recordar el autor.
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